Flauta traversa

Siempre me gustó la música (en especial la música clásica). Si bien pude estudiar algo sobre la ópera y otros géneros, nunca asimilé otro instrumento  que no fuera el teclado de la computadora. Finalmente junté coraje para intentar aprender el difícil arte de transformar los suspiros en  melodías. Siempre me gustaron los idiomas, y éste (el de la música) es un lenguaje que expresa los sentimientos de una manera universal.

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Carlitos Sagan

A los 14 años tuve que leer para biología un capítulo del libro Cosmos[1], de Carl Sagan (Carlitos para los amigos). Tuve que ir a la biblioteca y retirar el libro para fotocopiar un capítulo cuyo contenido todaía recuerdo.  Era una especie de viaje a lo infinito, más bien dos viajes a lo inmesurable. El primero a lo inconmensurablemente grande (palabra grandilocuente, si las hay), y el segundo a lo diminutamente minúsculo. Ambos paseos imaginarios se inician de la tierra a escala humana, pasando por los planetas, sistemas solares, estrellas, galaxias y “al más allá” para volver a la tierra, sus habitantes, los órganos, tejidos, bacterias, virus, moléculas, átomos y partículas subatómicas. Fue imposible resistir a la tentación de leer todo el libro, y esa fue la razón por la cual me pasé algunas tardes hojeándolo en la biblioteca. Continue reading “Carlitos Sagan”

Una vida de excesos

Hace unos días (aproximadamente 220) estuvimos charlando con Alberto sobre el “exceso de información” que venimos experimentando desde hace unos 20 años aproximadamente. Debido a que nuestras percepciones frente a este singular fenómeno resultan ampliamente contrastantes, juntos desplegamos un breve pero muy interesante un intercambio de ideas.. Aquí haré una breve reseña de las cosas que dijimos, y algunas reflexiones al respecto

Al referirse al exceso de información, Alberto lo presentó como un constante bombardeo de estímulos que somete nuestro entendimiento, sumergiéndonos en una interminable vorágine de sinsentidos. Según su paradigma, las consecuencias están a la vista, y son la falta de reflexión, la ansiedad, la impotencia y el ocaso de algunas buenas costumbres como la lectura, el silencio y la paciencia.

En lo personal, veo este escenario de una manera muy diferente. Nacemos con una capacidad innata para mimetizar (copiar aquello que percibimos), gracias a ella aprendemos a sonreír incluso antes de lucir el resplandor del primer diente, y la seguimos desarrollando mediante la observación, el diálogo, la lectura, la escritura y otros medios.

Nuestra amplitud de atención es limitada y vamos aprendiendo a filtrar estímulos a medida que crecemos, descartando aquellos que no nos interesan y seleccionando sólo aquellos que nos resultan de importancia. A muchos de nosotros nos habrá pasado que nos llevamos puesto un poste o una cabina telefónica por mirar alguna chica que se cruzaba en nuestro camino, y este es un claro ejemplo de distracción. Por fortuna, de las distracciones también se aprende, y la segunda vez que se nos cruce por la calle un señorita (esta incluso más exuberante que la anterior), tendremos la precaución de no llevarnos puesto el poste de luz que nos espera pacientemente a dos pasos de distancia. Por supuesto que este aprendizaje no es perfecto, y que de vez en cuando recibimos algún leve recordatorio de la lección (dependiendo de las circunstancias del caso y/o de las proporciones del mismo), pero creo que el ejemplo de atención, distracciones, y aprendizaje queda claro.

Haciendo un poco de historia, han pasado 200.000 años desde los primeros homo-sapiens, 10.000 años desde que comenzamos a cultivar la tierra, 8.000 desde la invención de la escritura, 560 desde la imprenta de tipos móviles, 41 desde la primer red interconectada (precursora de la actual Internet) y sólo 20 desde la primer red P2P (peer-to-peer o red entre pares). Todos estos cambios tecnológicos (en especial los posteriores a la escritura) fueron motivados por nuestra inherente necesidad de mostrar, compartir, copiar y aprender, incrementando significativamente tanto el volumen de información disponible como la cantidad de individuos con acceso a la misma.

Toda esa información devino en la cultura que fue transformando la manera en que vivimos, y si queremos hacer un mundo mejor, sólo lo alcanzaremos mediante la selección y difusión (copia) de aquellos valores culturales que representen a nuestros ideales.

Con el tiempo, espero que mejoremos nuestro talento para filtrar la información innecesaria (el tiempo es uno de los mejores filtros, y si no me creen, traten de recordar de qué hablaba algún programa de chismes hace un par de meses). Espero que con el tiempo podamos desarrollar nuestra capacidad creativa y dejar de atiborrar nuestras mentes con insulsos contenidos enlatados.

Bienvenidos al siglo del aficionado, tenemos fotógrafos que no son fotógrafos, escritores que no son escritores, directores de cine que nunca pisaron un estudio de grabación y generadores de opinión que nunca se afiliaron a un partido político. Hoy, por primera vez en la historia, cada uno de nosotros tiene el poder de conocer y cambiar la historia. Eso no significa que efectivamente todos podamos acceder al conocimiento universal (analfabetismo y otros limitantes mediante) ni que cada uno de nosotros vaya a cambiar efectivamente la historia, pero me parece que si lo comparamos la situación actual a cómo estábamos hace menos de 600 años, me parece que este siglo es un comienzo alentador. Otros dirán que soy un optimista compulsivo, y tal vez tengan razón.

La historia de las cosas

Hace como tres de años vi una presentación multimedia ejemplar. El documental se llama “The story of Stuff” (La historia de las cosas) y su autora, Anne Leonard consigue explicar con diáfana claridad y sólida consistencia la manera en que funciona (o dis-funciona) el actual sistema de bienes de consumo. Para ello incorpora el factor humano y muchos otros factores de la vida real en los procesos de extracción, producción, distribución, consumo y desecho de las cosas que se fabrican.

La presentación es tan breve (dura sólo 21 minutos) y está tan bien hecha, que incluso si no estás interesado en su contenido, te sorprenderá la manera didáctica y original que emplea para expresar sus conceptos e ideas.

Su frase de cabecera es “Estamos destrozando el planeta, destrozándonos entre nosotros y ni siquiera nos estamos divirtiendo”. Por suerte, Anne también recomienda algunas maneras de cambiar este sistema en crisis.

Debería haber publicado este post hace mucho tiempo, pero más vale tarde que nunca; sepan disculpar la demora.

¿Vos ya lo viste? ¿Qué te pareció?

iDiotaPad, el mejor amigo de iDiotaPod

La nueva iDiotaPad (iPad) de la marca con manzanitas incorpora el sistema de Administración de Restricciones Digital (Digital Restrictions Management / DRM).

Los sistemas DRM le otorgan al fabricante del dispositivo absoluto control sobre el mismo. En teoría, el propietario del iPad es aquél que compra el dispositivo, pero en la práctica, la manzanita que lo fabricó es dueña de hacer todo cuanto desee con él, incluso aquellas cosas que su propietario no desee hacer (borrar datos, transmitirlos a otros, etc). Continue reading “iDiotaPad, el mejor amigo de iDiotaPod”